No te encuentro.

¿Dónde está el amor que respondía a tu nombre? Sí, aquél que apareció en una fría noche de diciembre, cuando tantas ganas tenía yo.
Aquel chico que parecía perfecto, hecho para mí, y esas tardes eternas perdidos en cualquier sitio, sólo nos hacía falta un suelo y un cielo para no aburrirnos. No veía el momento de separarme de ti, los días se hacían cortos a tu lado, quería más, provocabas adicción en mí, una adicción que ni la peor droga, o acaso eras tú la peor? Con el tiempo he llegado a pensar que tal vez, porque es imposible que una sonrisa enganche tanto. Y es que lo mejor de ti era esa sonrisa, aunque también lo más oculto, pero para eso estaba yo, para hacerla lucir bajo las luces de colores que decoraban la ciudad en aquella fecha.
Echo de menos el destello de tus ojos al mirarme, tu olor a limpio, tu fragilidad...¿Dónde estás? Esa persona ya no existe, el chico de la sudadera blanca a juego con su sonrisa se ha esfumado, como mis sueños, pero no su recuerdo, ese sigue viviendo en mí y deseando su vuelta.
Creciste en mí desde el primer momento, supiste colarte en mi corazón desde el primer segundo, desde aquel saludo tan impersonal. Pero ahora es como si hubieras muerto, tú y todo tu mundo. Y el mío como consecuencia. Todo se ha desmoronado con un simple golpe, como los cristales de un espejo viejo.
Me estás obligando a algo que no quiero, como si fuera la única salida, y qué ironía, pero resulta que la es...
Si el mundo que construimos se ha desmoronado, qué más razones hay para no terminar de romperlo?